Cuando lo vi por primera y única vez debía de tener ya noventa años. Caminaba con dificultad y tenían que llevarlo del brazo. Fue en Neuilly sur Marne, punto de partida de la París-Colmar, unas horas antes de que se diera la salida de la edición correspondiente al año 2000 en la que yo... (bueno, dejémoslo). Evidentemente, no le reconocí. Un amigo francés, algo mayor que yo, corrió en mi auxilio.
-Es Gilbert Roger.
-¿Era también un marchador? –preguntó entonces otro amigo a mi derecha.
-Era el mejor –intervine yo.
Me quedé corto. Porque aunque su nombre nunca haya figurado al lado del de los Frigerio, Whitlock, Golubnichi o cualquiera de los falsos marchadores de las últimas tres décadas a los que directamente paso de nombrar, Roger ha sido también el más grande. Por muchas razones. Para empezar porque la historia personal de aquel hombre era, sin duda alguna, la historia de un marchador en toda la acepción de la palabra.
Una historia, además, que no es ajena a las paradojas. Dispensado de realizar marchas durante el servicio militar por tener los pies planos, en 1940, durante la II Guerra Mundial, fue hecho prisionero por los alemanes y confinado en un campo de concentración. Logró escapar y ponerse a salvo en la Francia libre tras una huida a pie de cerca de 700 kilómetros a través de territorio enemigo.
Aquel hombre curtido en la guerra se reveló luego en la paz como el mejor marchador de su época. De todas las épocas. A lo largo de su vida, Gilbert Roger llegó a ostentar las mejores marcas mundiales de todas las distancias entre las 100 millas y los 500 kilómetros. El primer gran triunfo de su carrera deportiva como marchador se produjo en 1949, cuando se impuso en la mítica París-Estrasburgo, tras cubrir los 520 kilómetros del recorrido en 73 horas y 51 minutos. Volvió a ganar esta prueba en 1953 -si bien entonces se disputó en sentido contrario- y la volvió a ganar también en 1954, 1956, 1957 y 1958. En total fueron seis las victorias que consiguió en la más dura de las pruebas de marcha.
Aquella tarde en Neuilly Gilbert Roger se sentó junto al resto de personalidades -políticos, federativos y demás- en el escenario que habían preparado para realizar la presentación de los marchadores participantes. Cuando pronunciaron mi nombre subí, saludé brevemente a la gente y me fui directo a estrecharle la mano. Unos años antes había tenido también la ocasión de estrecharle la mano a Emil Zatopek. Claro que a él no le he dedicado tres páginas.
-Es Gilbert Roger.
-¿Era también un marchador? –preguntó entonces otro amigo a mi derecha.
-Era el mejor –intervine yo.
Me quedé corto. Porque aunque su nombre nunca haya figurado al lado del de los Frigerio, Whitlock, Golubnichi o cualquiera de los falsos marchadores de las últimas tres décadas a los que directamente paso de nombrar, Roger ha sido también el más grande. Por muchas razones. Para empezar porque la historia personal de aquel hombre era, sin duda alguna, la historia de un marchador en toda la acepción de la palabra.
Una historia, además, que no es ajena a las paradojas. Dispensado de realizar marchas durante el servicio militar por tener los pies planos, en 1940, durante la II Guerra Mundial, fue hecho prisionero por los alemanes y confinado en un campo de concentración. Logró escapar y ponerse a salvo en la Francia libre tras una huida a pie de cerca de 700 kilómetros a través de territorio enemigo.
Aquel hombre curtido en la guerra se reveló luego en la paz como el mejor marchador de su época. De todas las épocas. A lo largo de su vida, Gilbert Roger llegó a ostentar las mejores marcas mundiales de todas las distancias entre las 100 millas y los 500 kilómetros. El primer gran triunfo de su carrera deportiva como marchador se produjo en 1949, cuando se impuso en la mítica París-Estrasburgo, tras cubrir los 520 kilómetros del recorrido en 73 horas y 51 minutos. Volvió a ganar esta prueba en 1953 -si bien entonces se disputó en sentido contrario- y la volvió a ganar también en 1954, 1956, 1957 y 1958. En total fueron seis las victorias que consiguió en la más dura de las pruebas de marcha.
Aquella tarde en Neuilly Gilbert Roger se sentó junto al resto de personalidades -políticos, federativos y demás- en el escenario que habían preparado para realizar la presentación de los marchadores participantes. Cuando pronunciaron mi nombre subí, saludé brevemente a la gente y me fui directo a estrecharle la mano. Unos años antes había tenido también la ocasión de estrecharle la mano a Emil Zatopek. Claro que a él no le he dedicado tres páginas.
Sus récords:
200 km: 20 horas 46 minutos (Lyon 1950)
500 km: 64 horas 42 minutos (Estrasburgo-París 1956)
24 horas: 225,350 km (Lyon 1950)
48 horas: 387, 250 km (Estrasburgo-París 1956)
72 horas: 537,000 km (Estrasburgo-París 1958)
100 millas: 16 horas 25 minutos (Lyon 1950)
200 millas: 39 horas 28 minutos (Estrasburgo-París 1956)
300 millas: 62 horas 39 minutos (Estrasburgo-París 1956)
300 millas: 62 horas 39 minutos (Estrasburgo-París 1956)
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