Cuando en los aviones todavía se ofrecían caramelos a los pasajeros yo siempre le cogía dos a la azafata por si acaso uno me salía de anís. Las probabilidades de que me salieran los dos de anís eran escasas, pero alguna vez pasó.
Contrariamente a lo que uno tendería a pensar, el famoso copón de Bullas no debe su arraigo popular a la creencia de que pudiera haber contenido alguna vez la sangre de Cristo, sino al pelotazo de anís que los hombres del lugar se servían en él antes de salir a arar el campo cada mañana.
Como hoy he vuelto a madrugar, a Bullas llego a la hora de desayunar, así que lo primero que hago es salirme de la vía verde y entrar en un bar.
–¿Qué va a ser?
–Un café con leche y dejémonos de historias.
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