Al borde del acantilado se levanta el poste que indica que me encuentro en el extremo más meridional de Gran Bretaña. Land's End. El fin del mundo. Una flecha señala la dirección y la distancia a la que se encuentra su opuesto. John O'Groats. Allí otro poste igual a este señala hacia aquí. Del sur de Inglaterra al norte de Escocia hay 874 millas. En kilómetros, 1400. Un mes de caminata. Otra flecha debajo de la anterior apunta a través del océano todavía más lejos: Nueva York, 3147 millas. Eso, a ojo, son más de 5000 kilómetros. Mientras espero para poder hacerme yo también una foto, soportando a pelo el vendaval, no puedo evitar que me embargue una sensación idéntica a la que me ha embargado en tantas otras esperas frente a la puerta de embarque de ese vuelo que me tiene que llevar de Palma a Madrid o Barcelona o, como ayer mismo, Londres. No sé qué pasa que los demás destinos que anuncia el panel de salidas me resultan casi siempre más atractivos que el mío. Ahora mismo me habría gustado más ir a Nueva York.
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