-¿Hay camiseta?
El atleta profesional no diré yo que compita por dinero, pero espera conseguir dinero por competir. El atleta popular, e incluso aquel que es algo más que popular, normalmente se da con un canto en los dientes si después de una carrera vuelve a casa con una camiseta nueva. Yo las tengo a miles. A veces te las dan en el mismo momento de inscribirte, otras al llegar a meta… Hay veces que no te las regalan, sino que tienes que comprarlas (en ese caso, un consejo: después de la carrera las que se han quedado sin vender suelen rematarlas a mitad de precio, aprovechen entonces). La mayoría tienen algo en común que las une: lo feas que son, diablos. Casi todas son blancas, confeccionadas con tejidos bastos, demasiado finos o demasiado ásperos, made in China las más de las veces, y de talla extra grande casi siempre. Incluso el diseño, que es diferente a todos, también revela la existencia de un patrón idéntico: al que lo ha hecho no le han pagado por ello, eso seguro. De hecho, algunas no tienen ni diseño. Unas pocas letras, las cuatro cifras correspondientes al año en curso y listo. Buena pare de las que tengo corresponden a maratones, medias maratones y demás carreras populares en las que he participado marchando a modo de entrenamiento, con el único objetivo de no descolgarme demasiado del último pelotón de corredores, por lo que tampoco es que les tenga ningún cariño especial. Las almaceno en cajas y normalmente me voy deshaciendo de ellas en mis viajes (las de mejor calidad aprovecho para regalarlas y así quedar bien y las otras me sirven como alfombrilla para no pisar el suelo de los vestuarios con los pies descalzos cuando me visto después de ducharme).
Con todo, hay algunas que son verdaderas tarjetas de presentación y no te las pones sino que las exhibes. Son las que acabas usando para calentar el día de la carrera o para irte al bar a tomarte un café o una cerveza después de ella. Igual son tan malas en calidad como las anteriores pero, al contrario que aquellas, estas hablan de ti. Incluso hablan por ti. Claro que no te las puedes poner siempre. Hay que elegir bien el momento porque no te puedes permitir hacer el ridículo justamente el día en que las llevas. Entre mis preferidas están la de las 28 horas de Roubaix de 1998, seguramente la más bonita de todas, porque el dibujo –un marchador en plena fase de doble apoyo- y la leyenda ocupan toda la espalda; la del Campeonato de Francia de 200 kilómetros de ese mismo año, en que me retiré; las tres que tengo de las 24 horas de Malasia, dos de ellas de manga larga; la del Campeonato de España de Pista Cubierta de 1992, en que gané la medalla de bronce…
Hay algunas que no me he puesto nunca y que, en lugar de almacenarlas en cajas, guardo en el fondo de los cajones de un armario: la de las 100 millas de Schiedam en 1998, las dos de la París-Colmar, una de 1999 y otra de 2000, o la que compré cuando llegué a John O’Groats después de caminar desde Land’s End a todo lo largo de Gran Bretaña en lo que no fue una carrera sino un reto personal. La ocasión nunca me ha parecido lo suficientemente importante para que lo merezca. Otras, si no me las he puesto ha sido por vergüenza, como las dos de las 12 horas de Vinça de 1997 y 1998, una blanca y otra negra, tan horteras la una como la otra, la primera con un dibujo de un corazón entre la palabra “Yo” y el nombre del pueblo, y la segunda con un dibujo de un “skyline” de casas rurales y el estanque en primer término. Y eso que gané las dos carreras y junto con el correspondiente trofeo me entregaron un ramo de flores de papel hecho por los niños del Liceo del pueblo que todavía conservo. O la del Campeonato de España de 50 kilómetros de 1987, en Viladecans, que además de tener un dibujo que parece hecho por un escolar de primaria, recuerda, por su textura, a la de la ropa interior marca ferrys de toda la vida. Y lo bueno del asunto es que había que comprarlas y yo me llevé dos.
El atleta profesional no diré yo que compita por dinero, pero espera conseguir dinero por competir. El atleta popular, e incluso aquel que es algo más que popular, normalmente se da con un canto en los dientes si después de una carrera vuelve a casa con una camiseta nueva. Yo las tengo a miles. A veces te las dan en el mismo momento de inscribirte, otras al llegar a meta… Hay veces que no te las regalan, sino que tienes que comprarlas (en ese caso, un consejo: después de la carrera las que se han quedado sin vender suelen rematarlas a mitad de precio, aprovechen entonces). La mayoría tienen algo en común que las une: lo feas que son, diablos. Casi todas son blancas, confeccionadas con tejidos bastos, demasiado finos o demasiado ásperos, made in China las más de las veces, y de talla extra grande casi siempre. Incluso el diseño, que es diferente a todos, también revela la existencia de un patrón idéntico: al que lo ha hecho no le han pagado por ello, eso seguro. De hecho, algunas no tienen ni diseño. Unas pocas letras, las cuatro cifras correspondientes al año en curso y listo. Buena pare de las que tengo corresponden a maratones, medias maratones y demás carreras populares en las que he participado marchando a modo de entrenamiento, con el único objetivo de no descolgarme demasiado del último pelotón de corredores, por lo que tampoco es que les tenga ningún cariño especial. Las almaceno en cajas y normalmente me voy deshaciendo de ellas en mis viajes (las de mejor calidad aprovecho para regalarlas y así quedar bien y las otras me sirven como alfombrilla para no pisar el suelo de los vestuarios con los pies descalzos cuando me visto después de ducharme).
Con todo, hay algunas que son verdaderas tarjetas de presentación y no te las pones sino que las exhibes. Son las que acabas usando para calentar el día de la carrera o para irte al bar a tomarte un café o una cerveza después de ella. Igual son tan malas en calidad como las anteriores pero, al contrario que aquellas, estas hablan de ti. Incluso hablan por ti. Claro que no te las puedes poner siempre. Hay que elegir bien el momento porque no te puedes permitir hacer el ridículo justamente el día en que las llevas. Entre mis preferidas están la de las 28 horas de Roubaix de 1998, seguramente la más bonita de todas, porque el dibujo –un marchador en plena fase de doble apoyo- y la leyenda ocupan toda la espalda; la del Campeonato de Francia de 200 kilómetros de ese mismo año, en que me retiré; las tres que tengo de las 24 horas de Malasia, dos de ellas de manga larga; la del Campeonato de España de Pista Cubierta de 1992, en que gané la medalla de bronce…
Hay algunas que no me he puesto nunca y que, en lugar de almacenarlas en cajas, guardo en el fondo de los cajones de un armario: la de las 100 millas de Schiedam en 1998, las dos de la París-Colmar, una de 1999 y otra de 2000, o la que compré cuando llegué a John O’Groats después de caminar desde Land’s End a todo lo largo de Gran Bretaña en lo que no fue una carrera sino un reto personal. La ocasión nunca me ha parecido lo suficientemente importante para que lo merezca. Otras, si no me las he puesto ha sido por vergüenza, como las dos de las 12 horas de Vinça de 1997 y 1998, una blanca y otra negra, tan horteras la una como la otra, la primera con un dibujo de un corazón entre la palabra “Yo” y el nombre del pueblo, y la segunda con un dibujo de un “skyline” de casas rurales y el estanque en primer término. Y eso que gané las dos carreras y junto con el correspondiente trofeo me entregaron un ramo de flores de papel hecho por los niños del Liceo del pueblo que todavía conservo. O la del Campeonato de España de 50 kilómetros de 1987, en Viladecans, que además de tener un dibujo que parece hecho por un escolar de primaria, recuerda, por su textura, a la de la ropa interior marca ferrys de toda la vida. Y lo bueno del asunto es que había que comprarlas y yo me llevé dos.
3 comments:
Yo sóll tengo unas pocas, pero te comprendo perfectamente.
!Que historia deportiva mas rica e intensa has tenido! Como me hubiera gustado hacer algo parecido en el pasado.
Me ha dado mucho ánimo una cita que dejaste en mi blog hace semanas en la que se decía que en algunos momentos de tu vida hay que volver a empezar de cero, empezar otra vez. Tomado de un libro de un corredor.
Algún día espero que cuentes algo de tu hazaña de Lands End al otro extremo. Sé que ese punto es el más occidental de Gran Bretaña y tengo ganas de conocerlo (creo que es Cornualles o algo parecido).
Un día pensé que quería conocer todos los lugares que significaran "el fin de la tierra" y entre ellos está Lands End (bueno quizá sea el final del pais es igual).
Un saludo,
Durante un montón de años guardé, como si del Santo Grial se tratase, la camiseta conmemorativa del Campeonato de España promesa de Oviedo 1992, donde fui subcampeón detrás de Arnau Fontanet.
Luego, de buenas a primeras, le perdí la pista y, hoy en día, me importa un cojón donde habrá podido a parar, no descartando que haya acabado mutilada para menesteres tales como la limpieza de cristales o de la vitrocerámica.
Me pregunto cual es el motivo de la constante evolución del hombre durante su vida y las razones que nos llevan a idolatrar primero y despreciar después un trozo de tela.
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