miércoles, 4 de abril de 2007

"¿Pero quién coño será este tío?"

Eso es lo que debió de preguntarse la ganadora del certamen de Miss Universo que se celebró en 2004 en Ecuador cuando Jefferson Pérez insistió en hacerse una foto –vista la calidad, con un simple móvil- junto a ella.
A la altura de la película en que estamos no hará falta volver a recordar la condición de deporte minoritario que ha arrastrado la marcha desde siempre. Y aunque todos nos lamentamos de que nuestro deporte sea solo noticia una vez al año y siempre y cuando se gane alguna medalla en la olimpiada o mundial correspondiente, yo particularmente no puedo evitar preguntarme qué pasaría de no ser así. ¿Cuál sería la consideración que acabaría teniendo entre los aficionados, los medios y las instituciones un deporte de masas cuyas competiciones más importantes fuesen ganadas invariablemente por alguien -este hoy, aquel mañana, pasado a saber a quién le toca- al que todo el mundo pudiese ver a través de la tele infringir repetida y claramente el reglamento? Porque una cosa es la subjetividad, a la que tampoco son ajenos buen número de deportes de masas, y otra el despelote. Conque, así las cosas, quizás sea incluso mejor que Miss Universo 2004 no sepa quién es Jefferson Pérez. Tampoco nosotros recordamos ya cómo se llamaba ella.