En 1998 acepté una invitación de los organizadores de las 28 horas de Roubaix para participar en la prueba. No tuve precisamente un buen día -bueno, un día y cuatro horas- y acabé decimooctavo con solo 198 kilómetros. Quedé fuera de los puestos que daban derecho a premio en metálico y me tuve que conformar con un reproductor de CDs que me pareció muy bueno hasta que al día siguiente en un bazar de un bulevar parisino vi uno igual que se vendía por cuatro perras. No he vuelto a Roubaix desde aquel año porque allí siempre llueve y 28 horas me parecen demasiadas para hacerlas con las zapatillas mojadas, pero el organizador no ha dejado de invitarme año tras año. Acabo de escribirle pidiéndole que no se olvide tampoco este.
miércoles, 30 de mayo de 2007
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