Contrariamente a lo que pudiera parecer, el tema de discusión más recurrente en la marcha no es el de la pérdida de contacto sino el de la flexión de la pierna. Llevamos un siglo discutiendo sobre eso. Y todo por una equivocada concepción de la marcha.
Mientras la marcha fue una competición de gran fondo, con enormes distancias a recorrer por los marchadores, nunca hubo problema alguno con la flexión de la pierna. Los marchadores, que progresaban a un ritmo de entre 6 y 8 minutos por kilómetro -esto es, un ritmo contenido-, mostraban una flexión natural, integrada en el gesto e idéntica al de cualquier peatón que camina por la calle. Y es que marchar no era otra cosa que caminar, solo que más y mejor.
Pero para la perfecta integración de la marcha dentro del atletismo se requería adecuar las pruebas a un programa de competiciones regido por criterios de viabilidad que las hiciera atractivas para el público. Cuando, a causa de ello, las distancias de competición se redujeron y, consecuentemente, la velocidad de desplazamiento aumentó, llegaron los problemas. Exagerando esa flexión hasta ese momento natural, los marchadores podían alcanzar ritmos mucho más altos con un menor desgaste físico. El resultado era un modo de marchar totalmente artificial y antiestético, a medio camino entre la caminata y la carrera, esto es, con gesto de carrera pero manteniendo el contacto permanente con el suelo. Lógicamente, había que buscar el modo de ilegalizar ese ridículo estilo. Toda vez que no parecía apropiado dejar a la discrecionalidad del juez determinar cuándo un marchador flexionaba de forma natural y cuándo lo hacia forzadamente con la intención de sacar ventaja, se optó por tomar el camino más fácil y erradicar mediante una regla estricta toda posibilidad de flexión permanente. La pierna que estuviera en contacto con el suelo debía estar extendida al menos un momento. Ello impedía que se flexionara impunemente con intenciones fraudulentas pero a la vez seguía permitiendo hasta cierto punto un estilo de marcha natural.
Esto fue hace cosa de cien años. Desde entonces, en un intento de encontrar la definición perfecta, la IAAF ha modificado varias veces el reglamento. Pero lejos de simplificar el asunto, lo ha complicado cada vez más, hasta el punto de que es ahora precisamente cuando menos claro lo tenemos todos. La última modificación fue en 1995. En ella se estableció que la pierna, que hasta ese momento debía de estar recta, es decir no doblada por la rodilla, al menos en el instante en que se encontrara en posición vertical, debe ahora estar recta todo el tiempo que medie desde el mismo momento del contacto con el suelo hasta que esté perpendicular con el suelo. Con esta regla, directamente inaplicable en las pruebas de larga distancia y que supone la descalificación de todo aquel que simplemente camine, lo que se ha hecho es alejar todavía más la marcha del que ha sido siempre su verdadero sentido: y es que no se camina para ir rápido, sino para ir lejos. Hemos terminado inventándonos otro deporte.
Mientras la marcha fue una competición de gran fondo, con enormes distancias a recorrer por los marchadores, nunca hubo problema alguno con la flexión de la pierna. Los marchadores, que progresaban a un ritmo de entre 6 y 8 minutos por kilómetro -esto es, un ritmo contenido-, mostraban una flexión natural, integrada en el gesto e idéntica al de cualquier peatón que camina por la calle. Y es que marchar no era otra cosa que caminar, solo que más y mejor.
Pero para la perfecta integración de la marcha dentro del atletismo se requería adecuar las pruebas a un programa de competiciones regido por criterios de viabilidad que las hiciera atractivas para el público. Cuando, a causa de ello, las distancias de competición se redujeron y, consecuentemente, la velocidad de desplazamiento aumentó, llegaron los problemas. Exagerando esa flexión hasta ese momento natural, los marchadores podían alcanzar ritmos mucho más altos con un menor desgaste físico. El resultado era un modo de marchar totalmente artificial y antiestético, a medio camino entre la caminata y la carrera, esto es, con gesto de carrera pero manteniendo el contacto permanente con el suelo. Lógicamente, había que buscar el modo de ilegalizar ese ridículo estilo. Toda vez que no parecía apropiado dejar a la discrecionalidad del juez determinar cuándo un marchador flexionaba de forma natural y cuándo lo hacia forzadamente con la intención de sacar ventaja, se optó por tomar el camino más fácil y erradicar mediante una regla estricta toda posibilidad de flexión permanente. La pierna que estuviera en contacto con el suelo debía estar extendida al menos un momento. Ello impedía que se flexionara impunemente con intenciones fraudulentas pero a la vez seguía permitiendo hasta cierto punto un estilo de marcha natural.
Esto fue hace cosa de cien años. Desde entonces, en un intento de encontrar la definición perfecta, la IAAF ha modificado varias veces el reglamento. Pero lejos de simplificar el asunto, lo ha complicado cada vez más, hasta el punto de que es ahora precisamente cuando menos claro lo tenemos todos. La última modificación fue en 1995. En ella se estableció que la pierna, que hasta ese momento debía de estar recta, es decir no doblada por la rodilla, al menos en el instante en que se encontrara en posición vertical, debe ahora estar recta todo el tiempo que medie desde el mismo momento del contacto con el suelo hasta que esté perpendicular con el suelo. Con esta regla, directamente inaplicable en las pruebas de larga distancia y que supone la descalificación de todo aquel que simplemente camine, lo que se ha hecho es alejar todavía más la marcha del que ha sido siempre su verdadero sentido: y es que no se camina para ir rápido, sino para ir lejos. Hemos terminado inventándonos otro deporte.
2 comments:
"No se camina para ir rápido, sino para ir lejos" Ahí está el quid.
Gracias por el elace con las fotos.
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